Conjunto Histórico-Artístico, El Burgo de Osma despliega uno de los más nutridos legados de la provincia. La porticada calle Mayor brinda el primer encontronazo con arte y arquitectura. Una plaza salpicada de terrazas abre a la izquierda la perspectiva del Ayuntamiento. A la derecha, el Hospital barroco de San Agustín acoge la Oficina de Turismo y un centro cultural. Vamos, entre soportales castellanos y edificios nobles, a desembocar a una hermosa plaza irregular, formada por casas porticadas, fuente y muralla. Presidiéndola, la Catedral se entretiene en una exquisita fusión románica, gótica, barroca y neoclásica. Entre en la serenidad de su claustro gótico tardío, donde aún se reconocen restos románicos. Acérquese al sepulcro gótico y polícromo del santo fundador. En el Museo disfrutará de cantorales, códices, incunables, orfebrería y objetos sacros de toda la provincia. Espera el retablo mayor de Juan de Juni y Picardo, el Beato de Osma, miniado en el siglo XI, la escalinata renacentista, las tallas románicas y góticas, los caprichos vidriados de la luz... Tras este tiempo en claroscuros, salga y lléguese a la Puerta de San Miguel, el Convento del Carmen, el parque que despierta con más de cuarenta especies vegetales. Más allá, donde el Ucero y el Abión se besan, el barrio de las Tenerías recibe con memorias de aljama judía… Y camine. Entréguese al dédalo de calles, a los mesones y restaurantes (si es invierno, quizá pueda participar en las jornadas rito-gastronómicas de la matanza), a una agenda apretada en la que aún queda el Seminario neoclásico, la portada plateresca de la Universidad de Santa Catalina, el viejo Hospicio con 365 ventanas Con el plano, desdoblado en citas, le dejamos.
Allí espera el cielo azulísimo sobre los sabinares y el suelo rojo. Una luminosidad que ofende (en Soria ofende el sol, se regala la nieve, no se rebaña el plato sino que se allega y en los atajos se atrocha, porque así lo quiere el habla). Un viaje saturado en busca de uno de los pedazos más monumentales de la provincia. Que un mal e infrecuente nublado no borre el camino que, por un ramal a la derecha desde la carretera de Valladolid, lleva a Calatañazor. Está a punto de saborear el encanto bien conservado de uno de los pueblos más visitados de la región. El descenso, hecho de revueltas, se hunde hacia el río Milanos. Hay luz. Mucha luz bañando el día.Tras una curva, el lienzo del XII y XIII deja intuir la vehemente escenografía que ampara.
Más allá, y tras recorrer despacio la fascinación medieval de la villa, un bosque de sabinas de más de veinte metros de alto y dos de ancho saluda junto a la carretera de Muriel de la Fuente.
El Espacio Natural del Sabinar de Calatañazor crece centenario en el llano, vigía de un itinerario cuyo próximo desvío lleva a Abioncillo. La aldea, que iba camino de engordar la lista de los despoblados, cuenta hoy con centro de recursos didácticos, laboratorios, cocinas y horno tradicional, museo etnográfico, gallinero, huerta, fragua... Cursos y experiencias pedagógicas han vuelto a dar vida a este pueblo-escuela reconstruido por un grupo de profesores en los 80, en instalaciones que han sabido recuperar la arquitectura semihundida de un día.
Regrese al cruce para continuar por la carretera de Muriel de la Fuente. Allí, cerca de esta localidad que lleva en el nombre sílabas húmedas, rompen en
La Fuentona las aguas del Abión. Zambúllase de lleno en la belleza de la surgencia. Bucee en su diálogo de luz y agua y, acompañado por la luminosidad constante, deshaga camino hasta la carretera de Valladolid. A pocos kilómetros, un cartel anuncia el desvío a
Rioseco. Allí encontrará campo de golf rústico, alojamiento rural, restaurante, iglesia con ábside románico, pila bautismal que bien podría ser visigoda y rollo medieval construido con tres columnas de la villa romana de
los Quintanares (por cierto, el Saturno en mármol del Museo Numantino de la capital procede de allí). A escasa distancia, la iglesia de
Torreandaluz obsequia con una espléndida portada románica. Y vuelva por donde ha venido. La excursión es extensa y se prolonga hasta El Burgo de Osma, donde su agenda se apretará de visitas y paseos. Entréguese sin disimulo a la fisonomía intachable de una localidad repleta de patrimonio. Después, con los ojos y el paladar llenos, prolongue el viaje hasta un pueblo privilegiado a las puertas del
Cañón del Río Lobos. Ucero es medieval, angosto y hermoso. Los restos de su castillo templario se asoman a una vega fiera, mientras sus calles deshojan estéticas de piedra y cuesta. Tiene enclave de privilegio, establecimientos de turismo rural y una iglesia que vuelve a traer la mística de los monjes guerreros en el Cristo de los Templarios. Cerca de allí, la cueva de la Zorra se interna por 130 metros de túnel excavado en la roca, apenas una parte de la conducción que daba de beber a la antigua
Uxama. De nuevo hacia El Burgo, Fuentearmegil insiste en hacer parar al viajero. La cuna de Fray Fernández Núñez, único templario de nombre conocido, tiene iglesia con puerta califal y artesonado mudéjar, rollo con cadenas del antiguo calabozo y apuntes medievales: tres estelas de la época han salido de sus secretos -una se fue al Museo Numantino, otra vigila la ermita y la última es espectadora de partidos en el frontón.
Muy cerca, Berzosa obsequia con uno de los más antiguos ejemplares del románico rural de la provincia: nacido en el siglo XI, San Martín de Tours posee galería porticada del XII y capiteles fascinantes. Más allá, en el camino de El Burgo hacia Caracena, otra experiencia vuelve a salvar del abandono a un pueblo. El adobe de Navapalos, deshecho de despoblación, oía en 1960 cerrar su última puerta. Pero desde 1985, un proyecto de investigación y formación lo reconstruye con técnicas de la zona. El protagonista, un material barato y omnipresente: el barro.
Nos encontramos en tierras marcadas por el paso del Cid. Si Navapalos y el río Caracena forman parte de la Ruta del Destierro, Fresno de Caracena fue residencia de Per Abbat, el clérigo que algunos estudiosos apuntan como posible autor o copista del Cantar. Desde él, donde se alza un rollo-picota, una aldea seduce entre risqueras y buitres. Caracena es fiera y magnífica. En uno de los entornos más sugerentes que vegas y cañones hayan diseñado, protege con restos de muralla sus tesoros agrestes. El cañón desciende salvaje hasta Tarancueña, en tanto el caserío concentra yacimiento de la Edad del Bronce, rollo barroco, puente románico, cárcel, castillo, casas nobles y populares... Dos templos vienen a completar la lista: la románica Santa María, con factura del XII, y San Pedro, Monumento Histórico Artístico con pórtico que se desdobla en columnas, algunas en una torsión que las hace espléndidas.
El génesis histórico de El Burgo de Osma lo da Uxama, la ciudad celtíbero-romana asentada sobre un castro en el cerro defendido por el Ucero. Arévaca como Numancia y Tiermes e igual de importante que ambas, la población ha dado al Museo Numantino mosaicos, cerámica, monedas, esculturas y artesanía, además de conservar in situ restos de construcciones. Más tarde y más allá, la cartografía espacio-temporal se traslada a una colina antigua, donde el castillo de Osma escruta el horizonte. Abajo, un puente de piedra sobre la hoz del Ucero pone una nota restaurada junto a la Torre del Agua y la iglesia de Santa Cristina, cuyo cuerpo incorrupto descansa en el altar mayor. Que no le engañe al viajero la modesta arquitectura de adobe y bodega de la vieja Osma. Destacado emplazamiento en la Edad Media, la ciudad alzó muralla y tuvo burgo, el mismo en el que, recién inaugurado el siglo XII, San Pedro de Osma levantara un templo románico sobre los restos de un monasterio visigodo.
Era la primera piedra de una villa que, crecida al amparo de báculos y mitras, llegaría a convertirse en sede episcopal de la provincia, villa prieta en patrimonio y una de las más importantes localidades del desarrollo soriano.
CalatañazorCalatañazor recibe con casas de mampostería, adobe y sabina. Un encestado de barro abre sus balcones a las calles de soportal, mientras por el empedrado se derrama un tiempo detenido. El Conjunto, declarado Histórico-Artístico, conserva restos romanos en el trazado de la calzada; pero la magia que asalta a bocajarro por entre las chimeneas cónicas tiene el sabor del Medievo. Intérnese despacio por su fascinación antigua: entre a la iglesia románica con matices góticos, continúe hasta la plaza y el rollo, desemboque en los restos del castillo. Dicen que fue aquí, en este Valle de la Sangre que hoy se llena de trigo, donde Almanzor perdió el tambor. Abandónese a su leyenda entre memorias cristianas y musulmanas, compartála con buitreras, riscos y tumbas antropomorfas, cuélese en tascas, mesones, restaurantes y alojamientos, roce el pasado en el museo etnográfico... Y un apunte cinematográfico: Orson Welles rodó Campanadas a Medianoche en este escenario que hoy es, atenta y espectacularmente, suyo.
Reliquia Terciaria:Lentas como los ejemplares prehistóricos que son, las sabinas albares se retuercen sin prisa en los llanos de Calatañazor. Son casi reliquias del terciario cuya paciencia para crecer les permite vivir hasta quinientos años. El
Sabinar de Calatañazor (un rapto de hermosura con el título de Espacio Natural) da además cobijo y menú invernal a una interesante población alada, que viene a poner más vida a este bosque centenario que se prolonga hasta Muriel de la Fuente. Pasando la piscifactoría de esta localidad, otra maravilla declarada Monumento Natural deja el mundo subterráneo para manar gélida y transparente. Es La Fuentona, la laguna donde viene a nacer el truchero Abión, la poza kárstica en la que conversan los mundos de las luces y las aguas. Si puede, que el día sea claro y la hora tirando a temprana: el sol incide en la superficie y bucean hilos de colores hacia el fondo, allí donde la imaginación ha parido a monstruos y ondinas.
Cañón del Río Lobos:El río Lobos forma una espectacular garganta kárstica, en la que un cauce inexorable no deja de horadar una inmensa escultura natural. Sabinas y vegetación de ribera lo acompañan en este recorrido que cuenta con el título de Parque Natural, y donde los buitres leonados han encontrado el hábitat perfecto. El acceso más usual es el que parte desde Ucero hasta
San Bartolomé, ermita templaria del siglo XII en un enclave fascinante, lleno de simbolismos y coincidencias geográficas, en el que se respiran con intensidad las cosas del cielo y de la tierra. Más allá, el Cañón se estrecha esculpido por el Río Lobos, mientras sugerentes formaciones, resultado del agua y el tiempo, llenan el Cañón de cavidades (toda la zona es destino de espeleólogos en busca de simas y grutas), entre las que se encuentra la Galiana, que cuenta con visitas guiadas por su interior de estalactita.