La Soria Verde I
Los Pinares Altos Dividida en dos rutas, la Soria Verde inicia un itinerario común desde la capital, donde el viajero tomará la carretera de Burgos (N-234), que le adentrará tanto a los Pinares Altos como a los Bajos. La primera opción, que este folleto deshilvana de la mano de un Duero recién nacido, se separa de la segunda en Cidones. Y es que, mientras los Pinares Bajos acompañan a la Nacional todo el tiempo, los Altos se desvían para internase entre revueltas en busca de la Tierra de Alvargonzález. Así, y con los versos de Machado contando un parricidio, el viaje se va a Vinuesa por una carretera estrecha, que a unos seis kilómetros de la localidad volverá a anunciarla en un cruce bien señalizado. La ‘Corte de los Pinares’ es, además, la puerta hacia la Laguna Negra. A la entrada de la villa, un cartel a la derecha anuncia el mítico paraje. Es la misma carretera que lleva a Montenegro de Cameros, después de que un Punto de Nieve espere en lo alto de Santa Inés. La Laguna, a la que habrá que desviarse por una pista a la izquierda antes de llegar al Puerto, se abre a excursiones a pie, que llevan a puntos como el nacimiento del Duero. Tras sus pasos, que cruzan recientes los hermosos pueblos de piedra, nos encaminamos por carreteras estrechas a localidades tan hermosas como Molinos o Salduero. Más allá, Covaleda y Duruelo de la Sierra reciben a las faldas del Urbión, ofreciendo sendas rutas al Pico de Urbión. El regreso a la capital podrá hacerse por el mismo camino o tomando en Molinos la carretera de Abejar, que atraviesa parajes como la Playa Pita. Nota: una buena conexión entre los dos Pinares el área conocida como El Amogable, que enlaza diferentes puntos entre ambos. Son carreteras de montaña en aceptable estado, con paneles indicadores, que sirven de encrucijada jugosa y apacible entre las dos rutas. Desde El Amogable, un cartel indica el acceso al sugestivo paraje de Cabeza Alta . Soria la quisieron y la hicieron verde: intenso de pinar, tardío de roble, entretenido de agua para regar la mancha boscosa más extensa de la península. Al viajero le espera una comarca hermosa y turística. En ella, ruta que se desdobla en dos itinerarios, averiguará rincones de naturaleza exultante y arquitectura sólida: el escenario que seduce intenso al noroeste de Soria. Es una tierra Verde dividida en dos Pinares: el Alto, por el que hoy nos deslizaremos de la mano de naturaleza y literatura, y el Bajo, que otro folleto continuará contando más allá y más tarde. De momento, tomemos la carretera de Burgos y vayamos, bajo el perfil suave de la sierra de Cabrejas, hasta Cidones. Será aquí, en esta localidad en cuya Venta descansó Machado antes de empezar la Ruta de Alvargonzález, donde nuestro itinerario se bifurque hacia el triángulo vigilado por el Urbión. La carretera estrecha coquetea entre roble, risco y brezal con el embalse de la Cuerda del Pozo. El camino se precipita en curvas y el verano se sucede en baños, mientras el pantano deja ver, cuando la sequía lo permite, los restos de un pueblo que inventa fantasías a flor de agua: dicen que las campanas de iglesia de La Muedra tocan algunas noches sus canciones sepultadas.Más allá encontramos otro desvío. Apenas media docena de kilómetros nos separan de la Corte de los Pinares, la señorial Vinuesa. Desde ella, la carretera que va a Montenegro de Cameros se interna, por venas de agua y pinar inmenso, hasta un desvío a la Laguna Negra. Pero la calzada continúa, entre pinos albares y extensos, hasta el puerto de Santa Inés, donde un punto de nieve proporciona remonte, dos pistas de esquí de fondo y una de iniciación alpina. El valle se abre abajo, aventado, ancho, soberbio... y al final, encajonado entre dos sierras, un caserío de piedra se arremolina entre las lomas oscuras. Rodeado de acebos, hayas, robles, avellanos, serbales y castaños, Montenegro dibuja hechizos a los que no se podrá resistir: vacas en el monte y una aldea de piedra donde la niebla se cuela por entre las casonas con regusto a Mesta. De las siete ermitas que un día tuvo esta villa al límite con La Rioja, sólo permanece en pie San Mamés, cuya declaración como Monumento Histórico Nacional puso fin a su uso como majada, y en la que un románico recogido se decora con frescos que recuerdan a la escuela catalana. En el barrio de arriba, donde el sol se vuelca y el monte se hace telón, la iglesia gótica guarda talla de la Virgen del XIII. Y regresemos por donde vinimos. Los ojos, llenos de verde, aún han de dejar espacio a la Tierra de Pinares. Muy cerca del Pantano, Molinos vive acunado por las aguas del Duero niño. Hay piedra, pinares y un robledal antiguo que da olores suaves y frescura a los zaguanes. Sus calles, recuerdo intacto de un tiempo en que fue la más importante localidad de la Carretería, delatan su pasado arriero en palacios y caserones del XVI al XVIII, cuyas grandes puertas de arco y amplios zaguanes dan buena cuenta de un pasado espléndido. Estamos en un impecable exponente arquitectónico de la Tierra de Pinares: un pueblo en piedra, madera, ladrillo cara vista, escudos, dinteles, chimeneas pinariegas, forjas recias... que cuenta con el premio C de Turismo castellanoleonés. Hay plazas hoteleras y rurales, posibles excursiones a Vinuesa por la calzada romana, la ascensión a un Pico de excelentes panorámicas o, río arriba, un pueblo que tuvo molinos y los vió independizarse. Es Salduero, que comparte con su vecino encantos, paisaje y sendero. Comuneras son sus ermitas y sus tierras, así como el pasado único de un pueblo escindido en el XVIII. Digna localidad pinariega que reverdea memorias carreteras, tiene el nombre atravesado por el río infante. Salduero se inunda de agua, versos y pinceladas de colores. Son las rimas de Gerardo Diego y los cuadros de Maximino Peña, quien naciera en una casona donde hoy descansa buena parte de su obra. Callejee y lléguese a la plaza, donde puente e iglesia le darán su bienvenida bella, disfrute del hermoso puente medieval sobre el río, el monte jugoso, la piedra noble... Y déjelo atrás, en busca de los paisajes con que le recibirá Covaleda. Viniendo de los pueblos por los que acaba de pasear, le sorprenderá su moderno aspecto. La localidad fue pasto de un gran incendio en la segunda década del pasado siglo, que se llevó con él buena parte de la estética pinariega. Es enclave, sin embargo, de excepcionales rincones para practicar montañismo, senderismo, bicicleta de montaña y deporfte de comida y merendero. Asentada a los pies del Urbión, abre un paraguas infinito de sendas y rincones, imposibles de resumir aquí. Tan sólo un breve apunte del cercano Refugio de Pescadores, junto a uno de los puentes más interesante de la provincia; el mirador de La Machorra o, por la pista que sube a Urbión, Bocalprado, Tejeros, una piedra andadera a la que basta empujar con una mano para mover su tonelaje por una extraña ley física... En cuanto a arquitectura, las llamas no pudieron con el muro cíclopeo de los siglos IV y III antes de Cristo, las tumbas antropomorfas o la iglesia gótica de San Quirico y Santa Julita. Y continuamos, por esas carreteras del dios de los Pinares y de Urbión, hasta Duruelo de la Sierra, con importantes tumbas antropomórficas y una iglesia con orígenes prerrománicos. Allí aguarda Castroviejo, un mirador magnífico donde la erosión creó una suerte de ciudad encantada, la Cueva Serena y su cascada, el ascenso a Urbión y el nacimiento del Duero, Peñas Blancas, la Fuente del Berro, Prados de Miguel, Entrambascuerdas... Una invitación al senderismo y la travesía que vuela en excursiones de altura, mientras la población fundada por los duracos se dispersa en la necrópolis medieval, la sierra, el agua, las cumbres y, cómo no, imágenes en verde fuerte, perenne y fecundo, llenando la tierra. Levantada a la sombra de reyes y nobles que la eligieron como lugar de esparcimiento, Vinuesa conserva uno de los mejores conjuntos de la comarca. No en vano la bautizaron con el sobrenombre de ‘Corte de los Pinares’. Por si fuera poco, la hermosa localidad fue a enclavarse en un entorno natural irrepetible. Se cree que fue allí, en el vértice fértil que forman el Duero y el Revinuesa, donde estuvo situada la Visontium de los Pelendones. Pero lo que sí ha dejado claros testimonios es un Imperio Romano que legó a la villa dos altas obras de ingeniería: el puente que ayer cruzaba el Duero y hoy el Pantano y la calzada hasta Molinos. En este mismo puente, la Cañada Real Galiana cuenta una historia más reciente: la Mesta y la Carretería, que salpican de palacetes y casonas los pueblos. Dividida en dos barrios, Vinuesa ha resuelto mezclar humildes casas pinariegas con palacios y mansiones del XVI al XVIII. Una mezcla de encanto tierno y soberbia noble acompaña en la ascensión por esta villa que tiene camping y plazas hoteleras. Balconadas y aleros proyectan su sombra ancha sobre el suelo empedrado, en tanto que bares y mesones salen al paso ofreciendo sus tentaciones gastronómicas. Arriba, un recinto del XVI se abre entre casonas vigiladas por la iglesia gótica. El templo se alza sobre un barrio de arquitectura más modesta rebosante de rincones. La ‘Corte de los Pinares’ merece el callejeo y el paseo lento. Acérquese a ver el rollo de la plazuela, las casas de los indianos, los jardines, los tejados de grandes chimeneas troncocónicas... y sobre todo alce la mirada a la Casa de los Ramos, santo y seña del extenso patrimonio visontino. La Laguna Negra: En el corazón de Urbión, Machado canta la leyenda de un parricidio y Gerardo Diego le sigue los pasos y los versos, mientras una laguna se sumerge en el vértigo de la leyenda. En ella, de la que las fantasías cuentan que se prolonga hasta el mar por tortuosos brazos de supersticiones, el padre Alvargonzález duerme las rimas de su asesinato. Anilladas por los farallones, las sombreadas aguas de la Laguna Negra -que contradicen a la leyenda con una realidad poco profunda- responden al crucigrama de su nombre. Para llegar hasta allí, bastará tomar la carretera de Vinuesa a Montenegro, donde un cartel indica la ascensión. Un par de kilómetros antes del circo glaciar, el aparcamiento anuncia un sencillo paseo (en verano y Semana Santa existe autobús) hasta el epicentro de las Tierras de Alvargonzález. El recorrido a pie puede hacerse por una variante del Sendero Ibérico Soriano (GR 86). Donde nace el Duero: El ascenso al Pico de Urbión puede hacerse por la Laguna Negra, en un itinerario a pie que atravesará los farallones del circo glaciar y se internará por praderas y pedregales hasta el nacedero del Duero. También es posible llegar desde Covaleda, si bien el acceso más común quizá sea el de Duruelo, donde un indicador marca la ruta asfaltada que atrapa a contracorriente las aguas recientes. Estamos en la vertiente opuesta a la de las lagunas. Hay hormigueros que abren la boca al cielo limpísimo, sonidos de vacas y agua, mañanas para llenarse el alma y los pulmones y, si el día es claro, un telón de fondo desde el Pirineo al Sistema Central que no podrán olvidar los ojos. La Pinochada: En el centro de la plaza, el mayo extraprimaveral alzado dos días antes contempla la escena. Es 16 de agosto, y es fiesta grande - y femenina- en Vinuesa. Porque no son sino ellas, las visontinas vestidas de piñorras, quienes, rama de pino en mano, dominan la mañana. Ese día, niñas y mujeres la emprenden a golpes con todo aquél -y no aquélla- que se por allí se acerque. Blanden sus pinochos mientras repiten “De hoy en un año”, a lo que el agredido responderá con un cortés “Gracias La fiesta recuerda una pelea legendaria con Covaleda por la Virgen del Pino o, como apunta la historia, la lucha contra dicha localidad y la victoria visontina gracias a la intervención de las féminas. Eso será después de que solteros y casados rememoren el enfrentamiento con una batalla simulada.
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