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Soria, la Capital
San Saturio: la ermita dedicada al patrón de la ciudad refleja sobre el Duero una de las más bellas imágenes de la Ciudad de los Poetas. Levantado sobre una roca en el XVIII, el templo octogonal cuenta vida y milagros de un anacoreta de busto negro, al que la leyenda convierte en hijo de un noble visigodo que decidió renunciar al mundo para vivir en una cueva junto al río.
Horario de la Ermita de San Saturio:
Del 1 de noviembre al 31 de marzo.
De martes a sábado: de 10.30 a 14.00 h y de 16.30 a 18.30 h. Domingos y festivos: de 10.30 a 14.00 h (tardes cerrado). Lunes: (cerrado).
Del 1 de abril al 30 de junio y del 1 de septiembre al 31 de octubre.
De martes a sábado: de 10.30 a 14.00 h. y de 16.30 h. a 19.30 horas. Domingos y festivos de 10.30 a 14.00 h.(tardes cerrados). Lunes: (cerrado).
Del 1 de julio al 31 de agosto.
De martes a sábado: de 10.30 a 14.00 h. y de 16.30 h. a 20.30 horas. Domingos y festivos de 10.30 a 14.00 h.(tardes cerrados). Lunes: (cerrado).
San Juan de Rabanera: no le defraudará Soria la Románica con esta obertura de Monumento Nacional. Tómese tiempo para el ábside y la hermosa portada. Las estatuas de la Diputación vigilan la exploración. Son sorianos ilustres que la ciudad esculpió en bronce y memoria.
Alameda de Cervantes: si habla con alguien sobre esa mancha verde en el centro de su plano, llámela la Dehesa. Así es como se conoce este pulmón de una ciudad bien oxigenada, que concentra más de ochenta árboles y arbustos autóctonos y exóticos. La ermita de la Soledad alberga al Cristo del Humilladero, talla del XVI atribuida a Juan de Juni. Junto a ella, un castaño de flor rosada ocupa el espacio que tuviera el Árbol de la Música. El quiosco vegetal por el que subía la Banda de Música murió de grafiosis, y ahora la ciudad espera ensanchar la memoria de un olmo repartido en pedazos, llaveros y nostalgia. Atraviese los paseos, los jardines, la Rosaleda, el Alto...
Museo Numantino: visita inexcusable tras el Yacimiento, a siete kilómetros de la ciudad, ofrece un minuciosa visión de las etapas que ha vivido la provincia: desde los hallazgos paleolíticos de Ambrona hasta la época moderna, dedicando gran parte de sus esfuerzos a las ciudades celtíbero-romanas de Uxama, Tiermes y Numancia.
Plaza de Ramón Benito Aceña: de nuevo los sorianos se empeñan en conservar y llamarla por el nombre antiguo de Herradores. Espacio hoy para el cañeo, en ella vivieron los hermanos Bécquer, y Gustavo Adolfo sufrió el dolor del adulterio de su esposa con un forajido.
Santo Domingo: tras subir por Puertas de Pro, con edificios adosados y pespunteados con restos de muralla, un rosetón vigila una bellísima portada. El ‘horóscopo vidriado’ de Gerardo Diego será testigo de su segunda cita con un Monumento Nacional y con el estilo por definición de la provincia. Merece la pena detenerse: se encuentra ante un conjunto considerado uno de los más equilibrados de la península. Empápese de románico. Quizá llegue la música sacra del convento de las Clarisas (por cierto, las Hermanas cocinan y venden pastas de sabores casi divinos).
Instituto Antonio Machado: en él aún se conserva un aula tal y como la encontrara el poeta, impartió clases de francés el sevillano, cuyo busto preside la fachada barroca. Desde él, la calle Aduana Vieja baja hacia la plaza de San Clemente (el Tubo, la llaman) entre arquitectura noble de escudo y balconada. Está llegando a otra plaza de cañeo cuando una ventana de esquina le hará su guiño dividido. Ha dado con otro Monumento Nacional, el Palacio de los Ríos y Salcedo.
Palacio de los Rios y Salcedo: de factura renacentista y hoy Archivo Histórico Provincial, tiene partida de nacimiento del XVI, y bellos escudos guardan su puerta.
El Collado: centro neurálgico por donde pasean y compran los sorianos, la tradicional arteria principal alberga bajo sus soportales el Casino al que Machado dedicara poema y cafés.
Palacio de los Condes de Gómara: hoy Audiencia Provincial y joya de la arquitectura civil soriana, el equilibrio renacentista de este Monumento Nacional se alza sobre el casco viejo de la ciudad.
Plaza Mayor: para llegar hasta ella intuirá brevemente la calle de la Zapatería -con antiguas casas y palacios-, antes de atravesar el Arco del Cuerno, por el que entraban y salían los toros cuando la plaza hacía de coso. El edificio de enfrente es del XVII, se llama de los Doce Linajes y es el Ayuntamiento. A su lado, el antiguo Consistorio, hoy Centro Cultural, quizá dé la una (si es así, acuérdese de Machado: es el reloj de la Audiencia). La torre del rincón es la de Doña Urraca y la iglesia a sus espaldas, la Mayor, donde Antonio desposó a Leonor.
El Carmen: Iglesia de corte renacentista, la que fuera antiguo palacio donado a Santa Teresa de Jesús muestra sus volúmenes austeros en la plaza de la Fuente Cabrejas.
Aula Magna Tirso de Molina:la ciudad toma palabras nuevas de la mano Fray Gabriel Téllez, el mercedario que tras el seudónimo de Tirso de Molina escribió títulos como ‘El Burlador de Sevilla’ o ‘Don Gil de las Calzas Verdes’. Acérquese hasta el convento donde viviera, convertido hoy en Aula Magna con sala de conferencias y conciertos.
Zapatería y Real: arterias principales de la Soria Medieval, hoy luchan por mantener los retazos del viejo esplendor que vieran las casas gótico-isabelinas. En su descenso, una iglesia románica descansa sus ruinas de Monumento Nacional: es San Nicolás, el templo que le diera portada a San Juan de Rabanera y en el que se conservan restos de una pintura sobre el martirio de Tomas Becket.
Concatedral de San Pedro: edificada sobre una iglesia del XII, este Monumento Nacional de fachada plateresca conserva el claustro del templo primitivo, en el que, a pesar de las mutilaciones, late el corazón del más puro románico.
Arcos de San Juan de Duero: se trata de uno de los Monumentos Nacionales más originales del románico español y de los más visitados de Castilla y León. Del antiguo convento Hospitalario de San Juan de Acre sólo queda en pie una iglesia del XII y un espléndido claustro con influencias mixtas. Románico, mudéjar y sículo árabe se dan la mano en sus arcos, que suman a su belleza la característica de ser diferentes entre sí. De este modo, el conjunto se traduce en cuatro arquerías de distinto orden, que sorprenden por el entrecruzado y los capiteles esculpidos con la fantasía del medievo.
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